miércoles, 19 de septiembre de 2012

PIEL DEBAJO DE LA PIEL


La mujer bailaba sobre la mesa, acariciaba la barra. El Flamingo era un lugar elegante, detalladamente lujoso. Yo me perdía en la danza de ella, en la piel sobre su piel y debajo de la piel. Nos sentamos allí a esperar que nos atendieran. En la mesa de al lado una mujer se quitaba las bragas sobre un hombre gordo. Mi jefe pidió una garrafa de ron.
Mucho para una noche, dijo.
Y que nos traigan la sorpresita por favor, la mesera asintió naturalmente mientras tomaba la orden. Aunque pregunté de qué se trataba, Quevedo nunca me lo dijo. Me hizo esa señal con la mano para que esperara y sonrió mostrando los dientes. Ella bailaba, bajó a caminar hacia donde estábamos los tres. Nos pusieron la botella en la mesa y esta mujer con piel sobre piel debajo de la piel me hacía erizar. Puso sus senos en mi cara, sentí su calor. La volví a mirar pero sus ojos estaban en otra parte. Entonces la empujé. No le importó, subió sobre las piernas de mi jefe, luego acariciaba la cara de Quevedo mientras ponía el trasero en el rostro del jefe. Empezaba a salir humo de los cigarrillos y no se en qué momento se abrieron las botellas. El primer trago me quemó toda la garganta, largo y fuerte lo dejé caerse en mi estómago mientras ella continuaba la danza. Se quitó el sostén y ahora tenía su busto esparcido por la cara de los tres. Yo que nunca había venido al sitio, me empecé a excitar, tomé otro trago para bajar el instinto y otro al mismo tiempo. Se subió de frente sobre Quevedo y le enseñaba su vagina que aún tenía la piel sobre la piel. Una tanga de cuero que dejaba ver sus nalgas moviéndose, cada músculo hacía un oleaje sobre el cuerpo mientras se movía sobre la boca de Quevedo. No lo pude evitar y tomé dos tragos largos nuevamente.
En ese momento entró Sandra al sitio. No sé cómo, ni bajo qué circunstancias supo que estábamos allí. Ella buscaba rincón por rincón mientras yo me perdía con todos los tragos que había tomado. Me levanté al baño a orinar y en la puerta del baño una señorita comenzó a hablarme. No recuerdo qué me dijo, sólo recuerdo que sobre la cabellera de ella logré ver a mi esposa sentada al lado de Quevedo y del Jefe, mirando hacia donde yo estaba, también recuerdo que no me importó.
-Señorita, yo no tengo problemas con lo que ustedes hacen soy medio lesbiana además. Dijo Sandra mientras alzaba el trago y se lo engullía de inmediato. Miraba nuevamente hacia donde Gilberto.
-Y usted Quevedo, cuénteme, díganme los dos, ¿vienen con frecuencia? Preguntó ella con una rabia que le hacía sentirse segura de atragantarse con otro trago de licor.
-Sí, bueno, no, no tan a menudo…a mi me gusta hablar con ellas…son mujeres muy solas y les ha tocado una vida difícil, respondió Quevedo.
-El jefe asintió y apresurado siguió la respuesta de Quevedo –sí, sí hablar, pagamos por hablar y después nos vamos, realmente no hacemos nada más.
Sandra soltó carcajadas sin dejar de ver que al otro lado del sitio en un pasillo oscuro que daba al baño Gilberto se besaba con una de las mujeres del lugar. Nuevamente comenzó el baile en la barra y la chica se acercó hacía la mesa de junto, llevaba con ella la botella de ron.
Sandra enmudeció y junto a Quevedo y el Jefe la miraron, cada movimiento cada pirueta de la doncella era reparada detenidamente por los tres. Se olvidaron de Gilberto, quien para entonces había desaparecido con la dama del baño. La mujer que bailaba levantó la pierna y se quitó la piel que la vestía, quedó enteramente desnuda frente a todos los que estaban en la mesa. Quevedo llamó a una de las que estaban disponibles, y a otras dos. Llegaron tres, cuando Sandra volvió la vista sobre el corredor se dio cuenta de que su marido no estaba. Un par de lágrimas asomaron, pero se las secó de inmediato y las vertió hacia adentro con dos tragos seguidos de la Garrafa.
-Vamos a pedir otra botella. Pero queremos que las tres bailen para nosotros. Dijo Quevedo.
Cuando trajeron la otra Botella, empezó el espectáculo. Sandra comenzó a bailar y a arrojar la ropa sobre la mesa. Tomó a una de las chicas y la sentó en la silla y sobre ella empezó a hacer los movimientos que había aprendido mientras las veía bailar. Su cabello corto se balanceaba sobre las manos de la chica que la miraba sorprendida y fijamente, la chica rubia y con la piel aún puesta se estremecía al ver a Sandra.

Alcancé a verla sobre la mujer rubia, aún llevaba las gafas puestas y el encaje de la ropa interior. Salí del pasillo y no me esperaba que Sandra estuviera allí. Tal vez se había ido y arreglaría mañana. Corrí sobre ella y la tapé con mi camisa.
¿Qué te pasa mujer?
No me vas a hacer esto delante de todo el mundo.
-¡Sólo hablábamos! Respondió Sandra con la voz muy mareada y mirándome a los ojos. Tomé un trago mientras la senté a mi lado y la apreté fuerte. Quevedo y el Jefe se reían a carcajadas, a su lado había dos morenas radiantes, sonrientes y semidesnudas. Me molestó su risa, así que recogí la ropa de Sandra y la halé del brazo mientras ella se despedía de su amiga acariciándole la cara.
Te entiendo, le decía Sandra a la mujer, quien estaba embelesada y reconfortada en la mano de Sandra. Cuando salimos, la dejé en la puerta mientras sacaba el carro del parqueadero. Al llegar a buscarla, había una algarabía y no podía ver a mi esposa. Sandra le había pegado un puño a un hombre que le tocó la nalga.
no ve que llevo gafas puestas, gritaba. Me bajé rápidamente y la metí en el auto. Sandra cerró sus ojos, sentada en el puesto del copiloto. Me confundió con una prostituta, decía. Iluminaban las luces de las casas desde la carretera en aquella montaña, la ciudad parecía el pesebre en nochebuena. 

Angélica Hoyos Guzmán