sábado, 4 de enero de 2014

TELLER Jean (2011). Nada. Colección: Biblioteca furtiva, traducción: Carmen Freixanet, Editorial Seix Barral.

Me encontré con este libro para adolescentes del cual había aplazado la lectura. Me lo recomendó un tallerista de narrativa en una de las pocas sesiones a las que he asistido, cuando solía asistir a talleres y eventos literarios. Luego de un par de años lo encontré en la Librería Nacional y de inmediato lo compré. Como había pensado, cuando escuché hablar del niño que filosofa desde el ciruelo y abandona todo porque nada es importante, la historia me atrapó desde el comienzo, Pierre Anthon se ganó mi simpatía y volví a ser una niña de 14 años que escucha atentamente a la narradora y me volví testigo silenciosa de todos los acontecimientos sucedidos en Toering.

Cuando todo empezó a recolectarse en búsqueda del significado para demostrarle a Pierre Anthon que sí había cosas que importaban, esperé impaciente por cada letra, por cada nueva ocurrencia del grupo de adolescentes, por ver la cara de Pierre cuando reconociera que sí había significado. Esa pila se fue acumulando en mí como si los escombros de significados también me tocaran. Al principio pensé que era aburrido, que la narradora me iba a llevar sobre un montón de cosas triviales como unas “sandalias verdes” y otros juguetes más, como si de verdad eso significara algo, no iba a funcionar con Pierre Anthon,  no funcionaba conmigo. 

Comencé a hacer mi propia lista a la par que iba descubriendo las nuevas cosas que se apilaban, pero me ganó el hecho de que los niños empezaran a apilar una mascota viva, el cadáver del hermanito pequeño de Elise y pensé que yo me habría salido de todo ese asunto si me tocara poner algo como eso, ¿de verdad lo habría hecho?. El lenguaje inocente y sencillo en el que está narrada la historia no me haría sospechar de las cosas espeluznantes que después se apilaron, desde el himen de Sofie hasta la mutilación macabra, sin anestesia, del dedo de Jean Johan. Todo lo maticé yo misma porque en el libro nunca encontré tales adjetivos como "espeluznante" o "macabro". La naturalidad de lo que pasó fue tal como la inocencia de los mismos personajes que poco a poco se revelaba más lejana a la de los niños que conocí al principio. Mi propia inocencia se me desestructuró con el paso de cada página. Nada me hizo cuestionar si yo sería una de esas adolescentes que participó en la muerte de Anthon, si yo sería capaz de golpear por defender inflexiblemente el fundamento de mis creencias, mi religión, mi sexualidad, mis bienes materiales y mis afectos tal como representaban las cosas apiladas en la carreta.

Asumí que este libro no sólo era un libro para adolescentes sino una pieza que nos confronta hasta lo más profundo de nuestro inconsciente, un reflejo simbólico de los significados que construimos para estar seguros, tal vez seguros de “Nada”.  Debo asumir también mi espanto por esa nada y el alivio de volver al estatus quo de unas cenizas que vuelven a poner sentido a la vida, las cenizas de esa pila quemada junto con Pierre Anthon, me siento cómplice de lo que pasó en la serrería, cómplice de escurrirme de la “Nada”. La posibilidad de cuestionarme frente a ello y la genialidad de la historia contada con un lenguaje sencillo y natural ante hechos que son bastante crudos, son los dos elementos que me gustaron de esta Novela y que me hacen recomendar su lectura a todo interesado en el existencialismo, a cada ser que quiera sacudirse de ideas establecidas y pensarse diferente, a todo aquel interesado en el juego lingüístico que nos pone el mundo sobre los significados y sus significantes, sobre la multiplicidad del sentido. 

Angélica Hoyos Guzmán

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